@MendozayDiaz

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domingo, 15 de febrero de 2015

"Tiras de proteínas".

Ayer casi me vuelvo loco descifrando el ticket de mi compra en el supermercado… “Tiras de proteínas”… Lo revisé cuando ya había bajado al parking, cargado la compra en el maletero y sentado en el interior. Le pregunté a mis hijos si habían comprado algo que no estaba en la lista… Que no, papá. Así que volví a mirar en todas las bolsas a ver si localizaba las “tiras de proteínas” y nada. Será un error. Niños, esperadme aquí. Y subí a preguntarle a la cajera. Metió el código en su ordenador y plop: “son los torreznos”, Le debió llamar la atención mi cara de sorpresa (o vergüenza) y añadió “¿no sabía que los torreznos son pura proteína…?”. Pues sí pero no. Vamos que estas cosas, en cierto modo, me molestan. Que identifico una interesada tendencia a pervertir el lenguaje, a manipular las palabras anulando o suavizando lo que no nos gusta. Supongo que llamar torreznos a los torreznos es una denominación poco acorde con las modas del momento. En fin, reconozco el ingenio del autor de “tiras de proteínas”, pero, en todo caso, yo soy más del “al pan, pan, y al vino, vino”. Como dice Leo Harlem en uno de sus monólogos más celebres, lo que toda la vida, en España, se ha llamado flan ahora es “una tembladera de azúcar y huevo al golpe de calor en su espejo de caramelo”. La claridad es una forma de cortesía.
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D. Jesús Higueras, a quien tuve la suerte de conocer en sus comienzos en Pozuelo de Alarcón, ha escrito a favor de la virtud de la discreción: “Todos debemos saber cuándo hablar y callar, pues muchas veces el silencio dice más cosas que las palabras”. Ojalá lo considerara el Papa (no el emérito sino el otro) y algunos de sus colaboradores. Claros ejemplos de locuacidad. Mejor ser dueño de tus silencios que esclavo de tus palabras. Pienso.

Hablando de esto, la Organización Médica Colegial ha enviado una queja al Defensor del Espectador de TVE porque Mariló Montero afirmó en su programa matinal que aspirando el olor de un limón se previene el cáncer… Gran capacidad para superarse a sí misma. Un caso digno de estudio por sus frecuentes meteduras de pata… sin consecuencias. Qué agarraderas. Impresionante.

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Diez años de YouTube y parece que fue ayer… Hoy cuenta con más de 1.000 millones de usuarios mensuales que suben 300 horas de imágenes por minuto. Una poderosa herramienta de comunicación y promoción. Al igual que los servicios de mensajería instantánea (como WhastsApp). Según un reciente informe elaborado por la Comisión Nacional del Mercado y de la Competencia (CNMC) los españoles somos los europeos que más utilizamos estos servicios que tanto impacto tienen en las relaciones humanas.

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Aristóbulo de Juan, ex director general del Banco de España durante los primeros gobiernos del PSOE, y coautor de uno de los mejores libros que he leído sobre por qué han desaparecido las cajas de ahorros (“Anatomía de una crisis”, Ediciones Deusto), ha dicho que Podemos no es la solución a nuestros males. Que coincide en buena parte de sus críticas, pero sus propuestas y sus antecedentes serían contraproducentes para los mismos males que denuncia. Brillante, una vez más, D. Aristóbulo.

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Los domingos suelen ser tiempo de encuestas. Y más en un año tan electoral. Así que paciencia con los artesanos del arte de predecir…Dos comentarios: uno, quien paga manda; y dos, repasemos -por ejemplo- quién acertó y quién no (y por cuánta diferencia…) en las encuestas previas a las elecciones europeas de mayo del 2014.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Sin diputaciones provinciales viviríamos mejor.

Al inicio de esta legislatura, en marzo del 2012, UPyD presentó una iniciativa para suprimir diputaciones provinciales, fusionar ayuntamientos y acabar con los privilegios fiscales que disfrutan el País Vasco y Navarra, todo lo cual hubiera permitido un ahorro de más de 35.000 millones de euros. Cantidad de dinero que hubiera tenido un uso alternativo muy valioso para la mayoría de los españoles: no hubieran sido necesarios los recortes en servicios públicos como la sanidad o la educación. Votaron en contra el PP y el PSOE. Recientemente, Unión Progreso y Democracia de Galicia ha elaborado un vídeo (https://www.youtube.com/watch?v=fWYgKFVNWb8#t=34) donde explica los beneficios de la fusión de municipios. Una excelente iniciativa de pedagogía política y comunicación que se encuentra en las redes sociales: muy recomendable.


El control presupuestario es imprescindible y todos hemos visto -y sufrido- lo que sucede cuando los recortes se trasladan a la sociedad. Es necesario que sea la propia Administración la que se los aplique a sí misma y se renueve para ser más simple, ágil y eficiente, al servicio de los ciudadanos que debiera ser su prioridad. Es urgente una administración territorial más racional. El desarrollo de las competencias autonómicas durante los últimos treinta años ha situado a España como el segundo país más descentralizado del mundo, por detrás de Canadá. En comparación con otros países, nuestras comunidades autónomas tienen unos amplísimos niveles de autogobierno que, en muchos aspectos, sobrepasan las competencias de los estados de una federación; y ello sin considerar los casos del País Vasco y Navarra, únicos en el mundo. Por eso cuando el PSOE promueve el “modelo federal” no sé a qué se refiere.

En 1980, España tenía unos 700.000 empleados públicos. En el año 2011 eran unos 3.200.000 y actualmente la cifra es levemente inferior. Periódicamente nos desayunamos con el descubrimiento de nuevos asesores, una categoría opaca de individuos designados que viven el mejor de los mundos. Me explico, trabajan para una administración pública pero como no son funcionarios no ven rebajados ni congelados sus pingües sueldos. Hace poco leí que el ayuntamiento de Madrid tenía unos 250 asesores mientras que el ayuntamiento de París, con muchos más habitantes, sólo tiene 36… O que Alemania con unos 80.000.000 de habitantes tiene unos 150.000 políticos y España, con 47 millones, 445.000 políticos. 

Desde que se inició este debate a favor de una administración territorial más razonable se han dicho muchas barbaridades. Se nos pretende hacer creer que las diputaciones provinciales son parte de nuestras esencias patrias, algo así como los principios e instituciones del Derecho Romano. Y esto no es cierto. Las diputaciones provinciales se crearon en 1845 y, desde entonces, con luces y sombras, se han mantenido hasta ahora. El desarrollo del Estado de las Autonomías de la Constitución de 1978 fue una oportunidad perdida para evitar las duplicidades que ahora estamos sufriendo. Podrían haberse transformado en la administración periférica de los gobiernos de las comunidades autónomas pero no fue posible porque los partidos mayoritarios no quisieron compartir su gestión territorial. 

Lo razonable sería que en un país como España con más de 8.000 municipios de los cuales unos 2.600 tienen menos de 250 habitantes, y unos 6.800 menos de 5.000 vecinos, la prestación de los servicios públicos pudiera realizarse fusionando municipios para que tuvieran la dimensión y la dotación económica adecuadas. Además hay otro argumento de naturaleza política, de regeneración democrática: siempre será mejor reforzar las competencias de una administración con legitimidad democrática directa como son los ayuntamientos en vez de beneficiar a las diputaciones provinciales que son entidades representativas de segundo grado cuyos miembros no son elegidos directamente por los ciudadanos.

Entonces ¿por qué no se hace? Porque a la “gran coalición” no les interesa. Son legión los allegados, familiares y amigos de políticos que cobran sueldos, buenos sueldos, en puestos de libre designación. El ERE pendiente es el de los enchufados. La actual dinámica institucional favorece el caciquismo y las corruptelas. Los diputados provinciales no son elegidos por los ciudadanos sino por los dirigentes de los partidos políticos. Y ya sabemos lo que ha pasado y lo que está pasando. 

Las diputaciones provinciales tuvieron su razón de ser en el tiempo en que fueron creadas. Y, hoy, nadie puede discutir que los servicios que actualmente prestan podrían prestarse -sin ningún tipo de problemas y a un menor coste- por las delegaciones territoriales de los gobiernos autonómicos. No es posible que después de las transformaciones sociales y tecnológicas de los últimos años las administraciones públicas sigan funcionando bajo criterios del siglo XIX. La desafección de los ciudadanos hacia los políticos y las instituciones tiene que ver, también, con esa falta de adaptación a los nuevos tiempos. No es justo que después de varios años de crisis su gasto sea prácticamente el mismo y que la ausencia de reformas no haya detenido el incremento de nuestra deuda pública.

Por todas estas razones, por una mejor calidad de nuestra democracia, por su urgente regeneración, sería conveniente que desaparecieran las diputaciones provinciales y sus competencias se asumieran por de las delegaciones territoriales de las comunidades autónomas. Viviríamos mejor.


domingo, 1 de febrero de 2015

Ramiro Pinilla.

Jamás había oído hablar de Ramiro Pinilla hasta que el 30 de octubre del 2014 leí, en “El País”, su obituario firmado por Ramón Buckley, y eso fue lo que me llamó la atención.

De Ramón Buckley guardo un grato recuerdo por los buenos momentos que me deparó la lectura de su biografía sobre Miguel Delibes, uno de mis escritores favoritos. 

“Miguel Delibes, una conciencia para el nuevo siglo” es algo así como la biografía intelectual de este gran escritor castellano. Ramón Buckley, quizá uno de los mejores conocedores de su obra (escribió sobre él su tesis doctoral) ofrece una visión distinta del papel y de la dimensión de Delibes. Nos lo muestra a la luz de las ideas que toman cuerpo en sus novelas y en el contexto del panorama literario internacional a lo largo de las décadas en los que transcurrió su vida y su obra. 

Ramón Buckley es hijo de Henry Buckley, reportero inglés que llegó a España en 1929, donde permaneció hasta el final de la guerra civil como corresponsal de “The Daily Telegraph”, y autor de “Vida y muerte de la república española”. Libro que leí en una primavera pasada y que me impresionó por su particular descripción de la vida en España durante la Segunda República, desde su inicio el 14 de abril de 1931 hasta su derrota a finales de marzo de 1939. 

Un interesante -y clave- periodo de la reciente historia de España del que Henry Buckley fue testigo de excepción desde su llegada a Madrid en 1929, cuando sólo era un periodista principiante, hasta que atraviesa los Pirineos en 1939 con los restos del ejército republicano, convertido ya en corresponsal curtido.

Vivió en primera persona las convulsiones sociales, las pugnas políticas y los enfrentamientos bélicos que determinaron nuestro futuro como país: presenció la caída de Primo de Rivera, está junto a Alcalá Zamora cuando se proclama la Segunda República, junto al general Líster en la batalla del Ebro y junto a Negrín en el último Consejo de Ministros de un gobierno al borde del exilio.

Henry Buckley era un católico con una aguda conciencia social: “Del mismo modo que me disgusta la violencia de las turbas y la quema de iglesias, creo que la gente de España que proclamaba a voz en grito su fe católica era la que más culpa tenía de la existencia de masas analfabetas y una economía nacional en ruinas”. Durante la segunda guerra mundial cubrió toda la campaña del norte de África y la invasión aliada de Italia. Fue director de la agencia de noticias Reuters en España, donde murió en 1972, a los 68 años de edad.

Bien, pues como dije anteriormente, la razón por la que me detuve en la lectura del obituario de un -para mí- desconocido Ramiro Pinilla fue porque lo firmaba Ramón Buckley, hijo de Henry Buckley. De entrada, me llamó la atención que  Ramiro Pinilla se autoexcluyera, durante años, de los circuitos culturales y comerciales y optara por la autoedición. Y otro aspecto que despertó mi interés por su obra fue el tema recurrente de sus novelas: los efectos sociales de la guerra civil y la posguerra españolas.

Esto fue suficiente para anotarlo en mi lista de libros y buscarlos. El librero me recomendó “Antonio B. El Ruso, ciudadano de tercera” del que en ese momento no tenía ningún ejemplar porque como Ramiro Pinilla acababa de fallecer se habían vendido los pocos libros que tenía de él. Sólo le quedaba un ejemplar de “La higuera” y me lo compré.

La construcción, en 1966, de un nuevo instituto de enseñanza media en Getxo desentierra la historia del hombre solitario que decidió recluirse en el solar y cuidar de una higuera al poco de acabar la guerra civil. Se trata de Rogelio Cerón, uno de los falangistas que durante la guerra fueron casa por casa para llevarse a fusilar contra las tapias del cementerio a varios de los hombres de Getxo. 

En una de sus visitas, Cerón se tropieza con la mirada de odio de un niño que se resiste a que le arrebaten a su padre, una mirada que despierta de inmediato en el falangista la certeza de que ese niño, cuando crezca, le matará. 

Así comienza esta historia sobre la culpa, el perdón y las inesperadas burlas de la Historia, que acaban sentenciando el destino de cualquier hombre.

Buscando (sin éxito) “Antonio B. El Ruso, ciudadano de tercera” descubrí la triología policiaca que Ramiro Pinilla comenzó en 2009 (¡con 86 años…!), compuesta por “Sólo un muerto más”, “El cementerio vacío” y “Cadáveres en la playa”. 

En esta última, el protagonista, Samuel Esparta, librero e investigador privado, ya maduro, que mantiene contra viento y marea su peculiar librería en Getxo, recibe en los años setenta la visita de una mujer, Juana Ezquiaga, que quiere contratarlo para que averigüe la desaparición, mucho tiempo atrás, de quien fue su amor de juventud. 

Juana sabe por un anciano bañero, encargado de la zona de baños, que las corrientes están llevándose la arena de la playa, y que pueden emerger los cadáveres que se esconden en sus tripas. En uno de los fusilamientos de la guerra civil, los falangistas abrieron una fosa común allí, y el bañero le ha contado que en el último momento apareció alguien con una carretilla portando un cadáver. Juana sospecha que sólo pudo hacerlo alguno de los viejos amigos, celosos de la pareja.

Finalmente encontré “Antonio B. El Ruso, ciudadano de tercera”. Mientras me cobraba la librera me comentó que cuando se publicó este libro Ramiro Pinilla vino a presentarlo en León y que hasta tuvo que intervenir la policía porque quisieron pegarle…No entendí el comentario y expresé mi extrañeza con un gesto de sorpresa. “El protagonista es leonés y una parte importante de la acción se desarrolla en la provincia de León… ¿no lo sabía?”. 

Esta novela, que acabo de leer, es un sobrecogedor y emotivo relato, un retrato agudísimo de la vida durante la posguerra, de las penurias y calamidades, de los odios y revanchas, de la miseria y la lucha por salir adelante y escapar de la represión y de la humillación permanentes.

Basada en hechos reales, “Antonio B. El Ruso, ciudadano de tercera” narra la vida de un hombre desde su nacimiento en Las Cabreras (León), a principios de los años treinta, hasta los años setenta, acabado el régimen franquista. Antonio B. arrastra desde su infancia una existencia extremadamente dura, mientras la autoridad le maltrata constantemente. Conoce cárceles, penales y el manicomio, hasta llegar al País Vasco, donde encuentra trabajo y logra enderezar su vida. 

Hombre indómito dispuesto a no dejarse someter nunca, Antonio B. adquiere proporciones desusadas hasta convertirse en un héroe de absoluto realismo.

Tengo pendiente “Las ciegas hormigas”, novela con la que Ramiro Pinilla ganó el Premio Nadal en 1960 y, según me dicen, un canto a la tenacidad, al esfuerzo personal. Temas sobre los que gusta leer con la esperanza de que me inspiren buenas ideas.

lunes, 19 de enero de 2015

Huellas, no cicatrices.

Indudablemente, España está viviendo una de las crisis más dramáticas de las últimas décadas, y esta vez nos enfrentamos con una verdadera crisis estructural, no coyuntural. Las cosas no volverán a ser nunca más como antes ya que el trabajo será un bien escaso, los consumidores estarán más informados y formados, serán cada vez más exigentes -implacables si nos equivocamos-  y muy, muy difíciles de fidelizar.

Los empresarios deberían recordar que el coste de mantener a un cliente es notablemente inferior al coste de captar a uno nuevo y que, este último, es, a su vez, inferior al coste de recuperación de un cliente perdido. Hablar de recuperación a estas alturas puede ser utópico si no nos replanteamos nuestros usos y costumbres. Con lo cual ¿por qué no hacer las cosas bien a la primera? ¿por qué no crear en nuestra organización una cultura de servicio que facilite fidelizar a nuestros clientes?

Esto significa contar con colaboradores con actitudes positivas, con ganas, con sentido de la responsabilidad y con formación suficiente para poder comunicar al cliente el servicio que queremos. En tiempos difíciles, quizá más que nunca, el trabajo en equipo es más necesario, que se unan los esfuerzos en una misma dirección. 

Trabajar, efectivamente, en equipo es una ventaja competitiva de las auténticas. De aquí la importancia de analizar por qué no se hace. La realidad nos enseña que trabajar en equipo -como la mayoría de las buenas prácticas- requiere esfuerzo. Y exige cambios (mejoras) a nivel de las personas y de las organizaciones. Implica cooperar, compartir información y tomar decisiones en conjunto. Sin embargo, muchos directivos han sido -y son- educados en la especialización, en el brillo exclusivamente personal y en el convencimiento de que sólo compitiendo se lograrán los mejores resultados.

Egoísmo, ambición, afán de poder, individualismo, competitividad extrema, que no duda en poner el pie encima de otro... son algunos de los calificativos con los que muchos ciudadanos definen a los directivos de muchas organizaciones. Quizá para revertir estas negativas opiniones se ha vuelto a poner el foco en la conveniencia de que los directivos se esfuercen en adquirir y desarrollar otras cualidades como, por ejemplo, el liderazgo basado en principios.

El directivo debe tener la capacidad de estar informado de todo lo relevante para su organización, de trabajar codo con codo con cualquiera. Tiene que saber del negocio y de la empresa, tener metas claras, mantener la política de puertas abiertas y contagiar a sus colaboradores para que estos se adhieran, ojalá con entusiasmo. Por tanto, el directivo, además de tener ciertos conocimientos de la industria o del mercado, debe tener la capacidad para relacionarse y comunicarse -efectivamente- con las personas: clientes, proveedores y, muy especialmente, con su equipo de colaboradores. Su principal tarea es coordinar a las personas a quienes tiene la responsabilidad de dirigir, para lograr los objetivos que se quiere alcanzar. Esto implica tiempo y habilidad para delegar, trabajar en equipo, escuchar a las personas y considerar su participación en la toma de decisiones.

Es probable que, por la velocidad habitual del ajetreo diario que vivimos, haya cosas esenciales que se nos escapan de la conciencia y, sin mala intención, no las advirtamos. Una de ellas es que varios episodios de las personas que conviven con nosotros dependen, en cierto modo, de nosotros, de nuestro comportamiento. Los dolores que causa una pareja, un hijo, un padre... son dolores existenciales que desvían la trayectoria de unas vidas que podrían haber tenido un cauce más feliz; el abandono o la indiferencia de quienes necesitan nuestro cariño deja huellas que no se borran ni cicatrizan fácilmente.

Pero tampoco se nos debe escapar que episodios, tal vez claves, de la biografía de seres menos próximos (compañeros de trabajo, por ejemplo) también pasan por nuestras manos. Acciones u omisiones -nuestras- que no han sido indiferentes en esas historias que en un momento han convergido con la historia personal. Un silencio cómplice, una actuación injusta, un mal ejemplo puede dejar marcas, cicatrices... Como también una palabra acertada, una muestra de cariño desinteresado, una mano que se tendió en el momento oportuno, un ejemplo positivo pueden haber contribuido -de modo que jamás sabremos- a hacer de esas vidas algo mejor de lo que hubieran sido. Son las huellas.

Nadie escribe a solas su biografía. Influimos, visible o invisiblemente, de una manera consciente o inadvertida, en las vidas ajenas. Atención a esta realidad, y esforcémonos por dejar huellas y no cicatrices: también en los equipos de los que formamos parte y/o tenemos la responsabilidad de dirigir.


Publicado, hoy, lunes 19 de enero del 2015, en Diario de León: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/huellas-no-cicatrices_950448.html

sábado, 17 de enero de 2015

Sobre otro libro de Reyes Calderón.

Es la segunda vez que escribo sobre Reyes Calderón (http://mendozaydiaz.blogspot.com.es/2013/05/reyes-calderon.html). Me encantan sus novelas, las historias que nos cuenta a través de sus personajes. Y no sólo a través de la jueza Machor y del inspector Iturri, sino también del cura Chocarro o del letrado Porcina, protagonista (éste último) de “El jurado número 10” novela ganadora del Premio Abogados de Novela 2013.

“Tardes de chocolate en el Ritz. Dos soñadoras en busca de la felicidad”, lo compré a los pocos días de publicarse, en abril del 2014, y acabo de terminarlo… Me gusta leer. Cuando tengo interés -y tiempo- en un libro, procuro agotarlo en pocos días. En este caso digamos que se me atragantó. Durante estos meses (¡casi un año!) lo he tenido ahí pero, mientras tanto, he ido intercalando otras lecturas.


En el fondo, quizás me costaba reconocer que un libro de una de mis escritoras favoritas me estuviera defraudando. Tuvo momentos de densidad, a veces, insoportables para mí. Es cierto que este texto está a medio camino entra la novela y el ensayo y, por tanto, muy libre; pero, en mi opinión, se ha quedado corto. Sólo apuntar algunos temas que tienen relación con la felicidad no es suficiente. En los tiempos que corren es necesario más y, sobre todo, se espera más de una personalidad como Reyes Calderón.

En fin, no importa, porque, pronto, me desquitaré -eso espero- con la lectura de su próxima novela (“La puerta del cielo”) que, según ha anunciado en su Facebook (https://www.facebook.com/reyes.calderon.9?fref=ts) va a publicar en febrero.

viernes, 9 de enero de 2015

Compartir para ganar.

Nos gustan las casas grandes, las empresas grandes, los sueldos... grandes. Bueno, y no sólo en cuestiones materiales: también nos gusta pensar en grande y ser grandes personas.

En la administración de organizaciones, también. Las estrategias han de ser "grandes". En los seminarios de moda se utilizan casos de empresas grandes. Se nos presentan los modelos estereotipados de las grandes empresas multinacionales. Supone un gran esfuerzo adaptarlos a nuestra realidad, evidentemente, más pequeña... Caballo grande, ande o no ande. La consigna es crecer y crecer, bajo el supuesto amparo de las economías de escala y de la sinergia de las fusiones. A veces, en la búsqueda de lo grande se ignoran las cosas pequeñas que suelen ser el camino prudente, la mejor vía, para alcanzar los grandes logros.

En ocasiones, nos inventamos atajos creativos para soslayar ciertos "detalles"... Nos saltamos principios, experiencia documentada y, a base de grandes zancadas, tropezones y pisotones, pretendemos llegar a-no-se-sabe-bien-dónde pero dejando una estela oscura de malas prácticas. Olvidamos las pequeñas estrategias, el valor de la comunicación directa, franca y oportuna, del trato humano, del respeto mutuo, de la responsabilidad, del sentido de equipo. Nos apoyamos, demasiado, en la tecnología y cada vez menos en el potencial de una buena conversación, de la emoción, de los sentimientos de nuestros colaboradores.

Un amigo me sugirió que para ser grande el mejor camino es cuidar las cosas pequeñas. También en las organizaciones. Y una vía para identificarlas es aprendiendo de los demás. Independientemente de anglicismos, la palabra “benchmarking” expresa sencilla y llanamente “aprender de los otros”, una acción habitual en nuestras vidas. En muchas ocasiones comparamos nuestra forma de actuar con la de otros que, pensamos, se desenvuelven de una mejor manera. Este proceso de comparación competitiva tiene la esencia de esta palabra mágica.

Pero cualquier organización y/o persona es un centro de realidad diferente, fruto de una historia de aprendizaje y de un entorno coyuntural. Por tanto, toda la información y las conclusiones a las que este proceso nos pueda llevar se desarrollarán por aplicación y no por extrapolación. Las experiencias son irrepetibles pero sus prácticas y estrategias pueden señalarse en contextos distintos.

Quizá por la escasa tradición que existe al aplicar esta herramienta de identificación de buenas prácticas se encuentran dificultades para la puesta en marcha de un proceso de “benchmarking”. La ocultación de lo que se hace es un defecto habitual de nuestra forma de actuar. La visión de espionaje y de la copia suele sobreponerse a una visión de compartir para discutir y entresacar las ideas básicas de este fondo de conocimiento común en que consiste cualquier disciplina, y sobre todo aquellas en las que las variables psicosociales son tan importantes. 

La falta de rigor cuantitativo es otro problema destacable. Lógicamente esta función está mediatizada por el enfoque cualitativo básico inherente a la actividad de muchas organizaciones. Sin embargo, debemos esforzarnos para buscar parámetros y ratios significativos de nuestra gestión. El discurso cuantitativo posibilita un mayor avance conceptual y podemos desarrollar más la práctica si somos capaces de traducirlos en índices comparativos.

Es fundamental desarrollar el aprendizaje de conocimientos enfocado más que hacia las habilidades hacia la forma de obtenerlas. Cuando hablamos de prácticas nos referimos a cómo conseguir que se lleven a cabo ciertos procesos. El objetivo es aplicar estos “cómos” en situaciones diversas.

No se trata de mirar a la organización de al lado. Tampoco de copiar una gestión que haya demostrado su validez. Ni siquiera es necesario introducir infiltrados en la competencia. El “benchmarking” pone las cosas más fáciles a las organizaciones que buscan  en las experiencias ajenas una inspiración para trazar las líneas maestras de sus modelos de actuación. En una época en la que parece que no queda nada por inventar, las organizaciones que se distinguen por sus buenas prácticas recurren al intercambio de información para ponerse al día y desarrollar nuevas ideas que van más allá de la pura retórica. Compartir para ganar.

Publicado, hoy, viernes 9 de enero del 2015, en Diario de León: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/compartir-ganar_948066.html

martes, 6 de enero de 2015

Acabar con UPyD.

Llevo meses contemplando como otros partidos se apropian, sin rubor, de las propuestas políticas que mi partido, Unión Progreso y Democracia (UPyD), lleva defendiendo años (desde su fundación), en solitario.

En las últimas semanas parece que estas apropiaciones se han intensificado. Sin pestañear, los mismos políticos que en su día rechazaron las propuestas de UPyD sobre los aforados, la transparencia o la corrupción en las cajas de ahorro ahora abanderan estos asuntos con una legitimidad que sólo corresponde a sus autores.

Antes de las vacaciones saltó el penúltimo escándalo en Bankia, esta vez con motivo de las “tarjetas black”. Durante días fue noticia de portada en todos los medios de comunicación y en sus tertulias. Y  vimos, escuchamos y leímos a dirigentes del PP, del PSOE y de IU declarar apesadumbrados e indignados por lo sucedido, sin que ellos, ni los medios que les daban cobertura, mencionaran que durante años ellos fueron parte del problema y no de la solución, y que han criticado (con dureza) y votado sistemáticamente contra las acciones de UPyD para exigir luz y taquígrafos sobre lo sucedido en Bankia. 

Como si esa información hubiera surgido por arte de magia y no como consecuencia del procedimiento judicial iniciado -en 2012- por UPyD contra los responsables de lo sucedido en esta entidad. Nada se sabría de la gran estafa de Bankia si UPyD no hubiera trabajado sin descanso por la justicia y contra la impunidad. Pero, de eso, ni palabra.

Y lo mismo está sucediendo con las propuestas sobre transparencia y aforamiento, por ejemplo. Ahora todos se escandalizan de los aforamientos y solicitan urgentes propuestas de modificación de su regulación y se muestran como adalides de la regeneración democrática, bla, bla, bla. Los mismos, si, los mismos (hemerotecas, por favor) que critican con dureza a Rosa Díez cada vez que denuncia estos hechos. Increíble pero cierto.

Después hemos tenido unos días donde el tema ha sido el “hundimiento” de UPyD según unas encuestas realizadas, algunas de ellas, por empresas demoscópicas muy conocidas en su casa a la hora de comer. Y cuando leo más allá del titular compruebo que el “hundimiento” de UPyD consiste en una leve bajada, unas décimas, de la intención de voto mientras que alguno de sus adversarios perderían hasta un tercio y más de sus actuales escaños. Pero esto último no se destaca, no se comenta, porque no “interesa”.

Más. El sábado pasado no se podía acceder a la página web de UPyD porque se estaban realizando ataques automatizados masivos desde ordenadores de China que no lograron tirar el servidor pero si ralentizarlo mucho para que no se carguen las páginas…Vamos, un ciberataque contra el único lugar donde UPyD puede publicar sus propuestas para que, íntegramente, sean accesibles por quienes quieran conocerlas.

Y la última ha sido ayer, cuando uno de los diarios nacionales más importantes recogía la información hecha pública por la Fiscalía del Tribunal de Cuentas donde consta que salvo UPyD todos los partidos han cometido graves irregularidades en su financiación. Pues bien, el titular (que no se corresponde con el contenido del mencionado informe) fue “La Fiscalía ve indicios de delito en las finanzas de todos los partidos”.

El periódico autor de esta infamia que siempre ha presumido de libros de estilo, códigos deontológicos y esas cosas, podría haber introducido un “casi todos” o bien hacer mención expresa -en positivo- a que Unión Progreso y Democracia es el único partido sin ninguna irregularidad.

Un reconocimiento justo para los hombres y mujeres que llevan años trabajando, esforzándose, para que esto sea así; y esperanzador para los españoles que podrían comprobar que no todos los partidos políticos son iguales, que hay otra política y otro futuro.

Pero precisamente eso es lo que no quiere la mano que mece esta cuna. No quiere que el ciudadano conozca que hay un partido político que no es como los otros, que se esfuerza por hacer las cosas de otra manera, por ser más transparente, más democrático: mejor.

Los ataques, los desplantes, los desaires, las manipulaciones informativas no son casualidad, tienen causa: quieren acabar con UPyD porque les aterra las consecuencias de nuestra forma de hacer política, porque se les acaba el negocio (el propio y el de sus familias, amigos y paniaguados).

Es muy viejo eso del todos-son-iguales y, por tanto, mejor corrupto conocido que corrupto por conocer. Pues eso no es así y los datos son los que son: en ocho años UPyD ha demostrado que la regeneración no es un eslogan sino una actitud.

UPyD está demostrando -con su acción política cotidiana- que es un partido serio y, a veces,  ejemplar. Y esto no es un detalle sin importancia. Hay personas, trabajo, esfuerzo, tiempo y dinero. Y ello merece un reconocimiento público y, en todo caso, un respeto.