@MendozayDiaz

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miércoles, 19 de diciembre de 2018

Reconquistar la libertad.

Hace unos días acompañé a mi amigo Miguel Ángel Cercas Rueda en la presentación de su último libro: “A orillas del Bernesga”. Una colección de aforismos de temática variada. Las estaciones del año nos descubren lo que al autor inquieta: la prisa en nuestra sociedad, el uso continuo de las nuevas tecnologías, el valor de la amistad y de la familia, la pretensión de entender todo lo que nos ocurre, la visión que Dios tiene de nosotros, la escritura como forma de vida, la necesidad de ser útiles, el dolor o el amor como sentimiento. Y siempre desde una visión amable que, conjugada con cierta ironía, nos puede provocar una sonrisa. Un libro inspirador, de-los-que-te-hacen-pensar.

Las ilusiones no se destruyen súbitamente: se van perdiendo con lentitud, unas veces por la edad, otras por el desfallecimiento físico, y otras con debilidades morales. El realizar una cosa por-amor-a-la-misma es considerado, en muchísimos casos, como una tontería. La peor decisión de la vida: no ser fiel a uno mismo. La educación, la formación de la persona no es un bien que se consume, es un bien que se comparte. Pienso que la misión del trabajo es principalmente la realización personal y el crear valor a nuestra sociedad, y, en segundo lugar, obtener una remuneración para tener una vida digna. La educación no es la adquisición de conocimientos. Su fin no es el mero saber en cuanto a contenidos. El fin que ha de perseguir es el “entrenamiento intelectual”. Un hábito de la mente que se adquiere para toda la vida.

Sabio es el que sabe sobre el hombre. Los demás saberes, por importantes que sean, pertenecen a un plano distinto. El crespúsculo de la filosofía ha abierto la puerta a la primavera de los brujos. No cabe una moral sin “el otro” ... El "está bien" o el "está mal" sólo cuentan en la medida en que están respaldados por un profundo bagaje de saberes, experiencias y convicciones. Vivir auténticamente no es vivir con arreglo a lo que cada uno es y asumir la culpabilidad y la finitud, sino que es vivir en la verdad de lo que somos y de lo que debemos ser. La vida no se detiene nunca. El desorden no es casi nunca indicio de mayor libertad, sino de ausencia de proyecto. Aprender a vivir no es dejarse llevar, sino hacerse un proyecto y realizarlo esforzadamente. En palabras de mi amigo Fernando, hay que reconquistar la libertad. O, al menos, intentarlo, digo yo.

Algunos amigos me han comentado con bastante unanimidad: excesivo optimismo. O, al menos, sorprendente optimismo. Porque hoy no es común que las gentes escriban con seguridad, dejando atrás deliberadamente los mordiscos de la duda o el razonable temor ante los interrogantes inmediatos de la fiera que nos amenaza. Unos, al reprocharme el tono optimista, sonríen como para dar a entender que lo consideran ingenuidad. Otros, seriamente, me dicen que, aunque bien lo quisieran, no ven las cosas, ni mucho menos, tan propicias. Hay motivos de sobra para mirar con optimismo el porvenir. No comparto la afirmación de que el humanismo es por sí solo el remedio de los problemas colectivos. Mi convicción es otra: que la visión humana de dichos problemas, consustancial a todo humanismo, es una contribución decisiva para su correcta contemplación y remedio. No es suficiente, pero sí necesario. Los enterradores del humanismo no son los técnicos, sino los intelectuales frívolos y mansos. Hemos de construir un mundo, una estructura de mundo, que garantice al hombre la efectiva realización de su condición de ser libre. Hemos de propagar el sentido de la reflexión, del análisis y de la meditación personales. La más luminosa fuente autónoma que poseemos es la razón.

Cualquier concepción sobre el funcionamiento de las organizaciones encuentra su fundamento en una determinada concepción de la persona y del papel que éstas juegan en ellas. No es posible abordar el estudio de una empresa sin enfrentarse al concepto de persona. Es posible ayudar desde fuera a las personas para que mejoren la calidad de sus motivaciones, pero eso solo será posible si la persona quiere mejorarla, ya que si no lo quiere no mejorará. Lo que no se puede imponer desde fuera -afortunadamente- son las intenciones que llevan a actuar a una persona de un modo u otro.

Hace años, tuve la suerte de escuchar a un profesor que, en una de sus clases, sacó de su bolsillo un billete de 100 dólares. Y nos preguntó que quién lo quería... Sorprendidos y alborotados, levantamos las manos... Él dijo: voy a dar este billete a uno de ustedes, pero, antes, déjenme hacer esto... y arrugó el billete. Entonces preguntó: quién lo quiere todavía... Las manos se volvieron a levantar. Bien, dijo, y arrojó el billete de cien dólares al suelo y lo pisoteó con la punta y el tacón de su zapato... Arrugado y sucio, cogió el billete del suelo y nos volvió a preguntar... Nuestras manos se volvieron a levantar. Mis queridos alumnos, ustedes acaban de aprender una valiosa lección. No importa lo que hice con el billete, ustedes todavía lo quieren porque incluso arrugado y sucio, su valor no ha disminuido, sigue siendo un billete de 100 dólares… Cuántas veces, a lo largo de nuestra vida, abatidos por los problemas, arrugados por miedos y violencias, pisoteados por circunstancias...; en esos momentos, sentimos que hemos perdido valor: sin embargo, valemos exactamente lo mismo. Vales por lo que eres. 

Publicado en "Diario de León" el miércoles 19 de diciembre del 2018: https://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/reconquistar-libertad_1300787.html

jueves, 13 de diciembre de 2018

86.400

Aprovechar el tiempo es clave. A veces, nuestros sueños, nuestras ilusiones, se quedan sólo en proyectos. Esperamos que se cumplan, pero no nos esforzamos lo suficiente para hacerlos realidad. Como si el simple paso del tiempo nos los fuera a regalar. La vida no funciona así. El tiempo es el recurso más valioso y escaso con el que contamos. Y, en ocasiones, nos comportamos como si ignoráramos esta verdad fundamental. 

Aprovechar el tiempo es básico. Y se puede aprender, hay experiencia documentada -buenas prácticas- y técnicas probadas. Lograr que nuestros sueños dejen de ser proyectos y se transformen en realidades, pasa por administrar nuestro tiempo con inteligencia y con intensidad. Parafraseando a no recuerdo quién: El único lugar donde el éxito va antes que el trabajo es en el diccionario…

Muchos dirigentes se comportan como aquel leñador del cuento que se desesperaba golpeando el tronco del árbol. Cuando le preguntaban por qué no podía parar un poco explicaba que la culpa la tenía su hacha, ya no tenía filo. Y cuando le preguntaban por qué no la afilaba, el leñador respondía que no tenía tiempo porque tenía que seguir golpeando el tronco.... Lo más importante cuando uno se siente en conflicto con su tiempo es tener bien claro qué quiere en la vida. Lo demás, viene solo. No hay forma de organizar una agenda cuando uno no está en orden consigo.

Las horas de trabajo no son siempre productivas, pero tampoco son horas muertas. Solemos perder el tiempo, y lo peor es que cuando terminamos el día sentimos que el trabajo sigue ahí... Por ello el sentimiento de frustración que habitualmente se produce cuando consideramos el (des) aprovechamiento de nuestro tiempo. El desbordamiento es tal, que tenemos la sensación de hacer mucho, pero a la vez no estar haciendo nada, o, mejor dicho: todo a medias; son muchas las obligaciones que impiden no poder centrarse en una sola. Sufrimos una preocupante dispersión en nuestras actividades diarias. Y los tiempos prolongados de concentración suelen ser escasos y poco intensos. Hay asuntos que no se pueden atender en quince minutos... Por eso se recurre al tiempo de ocio, robando momentos a la familia y al descanso. El resultado todos lo conocemos: el estrés.

Probablemente la clave está en la perspectiva con que se miren los problemas a resolver en el trabajo. Aprender a relativizar, el mejor camino para alcanzar la visión global que necesitamos para encontrar la objetividad que requiere cualquier planificación. Sólo así es posible establecer prioridades en la actividad diaria. Es frecuente que sumergidos en el agobio nos preocupemos más de lo urgente que de lo importante. No siempre es fácil mantener la cabeza fría, por eso conviene fijar estrategias y objetivos a largo plazo que nos marquen la senda de la que no conviene desviarse. Se trata de valorar el tiempo, de administrarlo bien. De lo contrario, se comienzan mil cosas antes de terminar una.

Identifiquemos los famosos "ladrones de tiempo" (los que más nos afecten a nosotros) como reuniones, visitas, interrupciones varias, internet... que nos acechan y que no son tan fáciles de contener. A veces combatirlos resulta complejo y frustrante. No podemos tirar el ordenador por la ventana, ni quemar los papeles ni -menos- "eliminar" a cada persona que nos interrumpa. Reflexionemos acerca de nosotros mismos y de nuestro trabajo. Cada uno pierde o desaprovecha el tiempo a su propia manera, y sólo depende de nosotros, de nuestro esfuerzo, salir del caos.

El aprovechamiento del tiempo es clave en nuestra vida. Nos falta tiempo, decimos. Es cierto. Mis amigos saben que me apasiona este tema: la importancia de luchar por aprovechar intensamente los 86.400 segundos que nos regala cada día. Sin embargo, a veces, esta carencia de tiempo se transforma en la justificación para no resolver asuntos pendientes, para no estar con la familia, para omitir todo tipo de actividades que no estén directamente relacionadas con el propio trabajo. Un caso típico es el poco o nulo tiempo que muchas personas dedican a la lectura. Es común oír "yo sólo tengo tiempo para leer el periódico", "suelo leer, pero en vacaciones", etc. Sin embargo, me sorprende que quienes dicen tener tan poco tiempo para leer hablen con todo detalle de-las-series-de-moda... 

La ausencia de lecturas se manifiesta en vocabulario pobre, en deficiente redacción, en graves errores ortográficos y sintácticos. Y, claramente, en tener limitados temas de conversación. La lectura es una forma efectiva para mejorar nuestra capacidad de comprensión y ser más competentes en nuestra expresión oral y escrita. Pero, sobre todo, leer es fundamental para nuestro desarrollo como personas.

Como dicen los economistas el tiempo es un bien escaso. Quizá el más escaso de todos, y desde luego de los pocos que no se pueden comprar. El tiempo es breve. El manejo efectivo del tiempo es un factor clave para que una persona viva una vida digna de tal nombre. Una óptima gestión del tiempo aumenta la capacidad de hacer más cosas, y mejor. Y, muy importante, disminuye tensiones innecesarias en la vorágine actual. Suele ocurrir que, en el dinamismo de nuestras vidas, tengamos una lista interminable de tareas y no sepamos por dónde empezar. Interesarse por el buen uso del tiempo no es sólo una moda sino una necesidad.

Publicado en "Locus Appellationis", Blog Informativo del Colegio de Abogados de León: https://www.ical.es/locus-appellationis/articulo/todos/12/86400/66

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Tener un para qué.

Toda organización debiera contar con una declaración de sus principios y valores, expresada con tal claridad que no fuera necesaria ningún tipo de interpretación. Para definir el rumbo de una organización es preciso distinguir lo pasajero y efímero de lo perdurable y trascendente. Por ello es preciso sustentar el desarrollo en bases sólidas. El compromiso en torno a esos principios y valores resulta crucial si queremos disfrutar de una cultura sólida que es mucho más que palabrería barata en forma de frases ingeniosas y grandilocuentes que, a veces, se obliga a los colaboradores a repetir como papagayos. Utilizar los principios y valores como guía de nuestro trabajo supone un desarrollo tanto para la organización como para las personas. En tiempos de crisis, nos ayudan a superarlas y a aprender, a fortalecernos en la adversidad. Sin valores asentados, sin culturas solventes, se puede subsistir; pero, a la menor crisis, vamos a salir debilitados, desgastados, empobrecidos. La famosa frase: quien tiene un para qué siempre suele encontrar un cómo…

Sobre este asunto recomiendo el libro del profesor Lorenzo Bermejo Muñoz: “El gobierno de las instituciones universitarias. Un enfoque orientado a la misión”. Propone un modelo de gobierno orientado a la implantación efectiva de su misión, alineada a su identidad y a la naturaleza de dichas instituciones; pero, en general, sus propuestas son aplicables a cualquier tipo de organización. De él se derivan, para quienes tienen la responsabilidad de gobernarlas, una serie de recomendaciones a nivel estratégico y operativo, y la necesidad de ejercer un liderazgo que aliente e incentive, en las personas que las integran, el adecuado esquema de motivaciones para que sus decisiones y acciones tengan a la misión como referencia. Podría definirse la misión como el “para qué” de cada organización. Una guía para la actuación de los empleados y un elemento de evaluación respecto a su adhesión. La misión es una herramienta útil para formular e implementar una estrategia. La misión ayudará a no perder el foco. Establece un marco de referencia. Representa el compromiso de la organización con unos fines determinados. Una-especie-de-pegamento-cultural.

Uno de los mejores medios para lograr nuestros fines es promoviendo la confianza en las personas con quienes trabajamos. Si una organización quiere desarrollarse, la confianza tiene que ser algo más que un tema de conversación, tiene que ser el centro de todas sus actividades. Las organizaciones no pueden convertirse en junglas en las que sólo sobreviven los más fuertes, en las que diariamente hay que vivir preparado para la batalla. De la misma manera que una gran confianza reduce los conflictos entre los colaboradores, aumenta la productividad y estimula el crecimiento, unos bajos niveles de confianza afectan negativamente a las relaciones, impiden la innovación y entorpecen el proceso de toma de decisiones. Los colaboradores de las organizaciones en las que hay un bajo nivel de confianza trabajan normalmente en condiciones de mucho estrés, dedican una buena parte de su tiempo a cubrirse las espaldas, justificando decisiones del pasado y realizando cazas de brujas o buscando cabezas de turco cuando algo no funciona. Esto les impide centrarse en el trabajo, y hace imposible que haya un intercambio de ideas que dé como resultado soluciones innovadoras. La confianza en las organizaciones es como el amor en la pareja, une a las personas y las hace más fuertes. Permite ser uno mismo y defender las opiniones sin preocuparse por el rechazo. Cuando se vive la confianza en cualquier relación, la convivencia siempre es mejor.

La confianza es uno de los valores más importantes para el buen funcionamiento de cualquier organización. Y se suele concretar en la delegación. Delegación y control son palabras afines y complementarias. La delegación es fácil de entender, pero difícil de practicar. Algunos consideran que si delegan pierden estatus y poder…Otros no delegan porque desconfían de los demás. De la verdadera delegación nace el compromiso, la motivación y las mejores prácticas en dirección de personas. Lo importante no es el cuánto sino el cómo. A mejor delegación, más responsabilidad y mejor servicio al cliente. Quienes saben delegar tienen más tiempo para pensar en los próximos pasos de la organización, en la estrategia. A veces, quienes más se quejan de no tener tiempo para pensar son quienes no quieren o no saben delegar. No confían en sus colaboradores.

La función directiva es una tarea esencial en el seno de cualquier organización, independientemente del objeto al que se dedique. Tanto es así que, si una organización no funciona, lo primero que cabe pensar es que quienes tiene la responsabilidad directiva no cumplen de manera adecuada con su función, que es garantizar su buen funcionamiento. La calidad de un directivo depende de la cantidad de poder que necesita ejercer para que sus órdenes sean efectivamente cumplidas. O lo que es lo mismo, no necesitará ejercer el poder para su acción directiva, cuanto mayor sea la autoridad otorgada por las personas a las que gobierna y dirige. El liderazgo es un factor vital en la implantación efectiva de una misión por parte de quienes las gobiernan y dirigen. En un entorno cambiante, de cuestionamiento de modelos, es el mejor momento para conocer y fomentar las ventajas competitivas implícitas en la participación, en la responsabilidad, y, sobre todo, en la confianza en las personas con quienes trabajamos.

Publicado en "Diario de León" el martes 27 de diciembre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/tener_1295485.html

lunes, 19 de noviembre de 2018

Felicidad profesional.

El trabajo ya no es como antes. Ni como fue hace diez años, y ni mucho menos como fue hace cuarenta o cincuenta años. Cuando estudiamos en el colegio o en la universidad, nos enseñaron algo que ya no se usa. Es como si hubiéramos aprendido a bailar el pasodoble. Ya no hay trabajos para toda la vida. Nadie puede esperar permanecer siempre en el mismo cargo ni siquiera en el mismo sector. Las empresas no pueden garantizar el trabajo a sus colaboradores durante toda su vida laboral. Cada vez será más común tener tres o cuatro profesiones a lo largo de nuestra vida. Los títulos que uno haya logrado en su juventud son cada vez menos importantes, se deprecian rápidamente, no garantizan nada.

Para enfrentar esta nueva situación debemos mejorar cada uno, formándonos continuamente. Cambiando nuestra forma de aprender. No se trata sólo de adquirir nuevos conocimientos sino de aprender a buscar o a adquirir la información o los conocimientos que necesitemos, y a asimilarlos rápido y bien. Concentrarse en adquirir destrezas o habilidades, antes que conocimientos. Aprender idiomas, varios, que ya hoy valen más que muchos títulos profesionales. Adquirir una suficiente disposición a cambiar siempre, aprender a no tenerle miedo a los cambios. Esto es fundamental. Imaginación, curiosidad, perseverancia, apertura y energía. Transformarnos en conocedores rigurosos de nuestras fortalezas y debilidades. Conocer y comunicar con convicción las cosas que sabemos hacer bien.

Hablar de trabajo es ir al corazón de la sociedad moderna, a su estímulo más profundo, a sus contradicciones culturales más íntimas. Hablar de trabajo es recorrer la historia de la cultura occidental, su origen y su desarrollo. Hoy está muy extendida una concepción alienada del trabajo, considerado como una mercancía, en donde el hombre, en lugar de ser el sujeto libre y responsable del trabajo, está esclavizado a él. Para superar esta situación, algunos tienen puesta su esperanza en la sociedad altamente tecnologizada y telematizada, que ofrece posibilidades inverosímiles e inimaginables de creatividad. Sin embargo, los nuevos escenarios en los que el trabajo tiende a desarrollarse no bastan por sí solos para asegurar la auténtica y libre creatividad del trabajador.

La creatividad en el trabajo es una realidad pluridimensional que tiene relación, simultáneamente, con los niveles biológico, psicológico social, económico y cultural, y que incluso penetra en el mundo de los valores últimos. No es suficiente una actividad más libre e incondicionada gracias a la disponibilidad de instrumentos técnicos cada vez más perfeccionados. Es necesario que el hombre sea sujeto -más que objeto- del trabajo, es decir, que pueda expresar su creatividad en una relación social motivada y culturalmente orientada. El factor relacional es un elemento decisivo para una reconsideración del significado del trabajo. El trabajo, concebido como relación social, puede ayudar al trabajador a expresar lo mejor de sí mismo y a asumir tareas y responsabilidades con un fuerte contenido de inventiva y de espíritu emprendedor.  Es necesario, por tanto, organizar mejor el trabajo, delegando las responsabilidades y reconociendo a todos la utilidad del trabajo realizado. Trabajar en equipo.

Cuando se emprende un proyecto personal que implica cierto riesgo, el peor de todos los miedos es el miedo al fracaso. Evidentemente, el que nada emprende no se arriesga a sufrir fracaso alguno, pero tampoco conocerá el éxito soñado. El momento ideal no existe. Para algunos es la excusa perfecta (de apariencia seria y racional) para no decidir. El éxito no llega por arte de magia, sino que es el resultado de un esfuerzo perseverante, una actitud mental positiva y estar plenamente convencido de su logro. Todos los que han triunfado, en primer lugar, creyeron que podían hacerlo.

Por otra parte, es necesario también fomentar una cultura del servicio que motive a la persona a proporcionar bienes y prestaciones a favor de los demás. En otras palabras, es necesario garantizar al trabajador el máximo de la libertad y responsabilidad personales junto con una profunda motivación que estimule su iniciativa. La vocación profesional debe ser concebida no ya como un instrumento de éxito o de búsqueda superficial de un nivel de vida, sino como la realización de uno mismo en la plena integración humana. Buscamos la felicidad en cosas externas y construimos la vida en torno a realidades que se encuentran fuera de nosotros. Nos olvidamos de construir nuestro interior, que es como los pies sobre los que se apoya toda nuestra existencia.

Muchas de estas reflexiones me las ha inspirado la lectura del libro de René Mena y de, mi amigo, Pablo Zubieta: “Felicidad Profesional, logra la mejor versión de ti”. Argumentan que la felicidad será la recompensa para quienes emprenden diariamente el camino por ser, o tratar de ser, los mejores en lo que les gusta hacer. Este libro presenta ideas claras y ordenadas para lograr la felicidad profesional. Uno se identifica en sus muchos ejemplos y encuentra que, en el fondo, la única respuesta válida a preguntas como ¿para qué trabajar mucho? y ¿para qué esforzarse por ser mejor cada día?: es “para ser feliz”. Alcanzar la felicidad profesional no es un camino fácil, pero tampoco es imposible. Eso sí, es un camino que, como recuerdan Mena y Zubieta, bien vale la vida.

Publicado en "Diario de León" el domingo 18 de noviembre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/felicidad-profesional_1293302.html

jueves, 15 de noviembre de 2018

Dar buen ejemplo.

El intercambio de bienes y servicios, desde las simples formas del trueque hasta los sofisticados mercados, se sostiene por el respeto a las leyes y por el cumplimiento de nuestros compromisos, en las organizaciones, habitualmente, en forma de contratos. Voluntaria o involuntariamente, todos estamos expuestos a perjudicar a los demás en su persona, en su propiedad, en sus expectativas. Y esto, en lo poco o en lo mucho, en transacciones comerciales o en las mil circunstancias de la vida ordinaria. El restablecimiento de la equidad violada no es solamente un problema jurídico. Es una exigencia de nuestra naturaleza humana ante el mal cometido. En la cultura occidental el tema de la restitución siempre ha sido un componente esencial de la ética que sustenta la convivencia humana. Restituir no está pasado de moda.

El verdadero desarrollo económico se fundamenta en algunas virtudes básicas de sus actores que, a veces, se dan por supuestas. Una de estas virtudes es la honradez. Las transacciones se hacen más atractivas y más viables en la medida en que se tenga la seguridad del cumplimiento de la palabra dada. La honradez tiene que ver con el honor, que se fundamenta en la conciencia de las personas. Porque la falta de honradez afecta, antes que nada, a la propia dignidad. En definitiva, es la persona quien no se permite -a sí misma- no esforzarse por cumplir los propios compromisos. El prestigio es clave en los negocios, y nada mejor que distinguirse por cumplir los acuerdos. No basta con estar atentos a las innovaciones técnicas y descuidar la educación de las personas que colaboran en una empresa común, o si se considera la ética como irrelevante o únicamente un asunto privado. Una práctica tan poco común como valorada por quienes conocen los beneficios de una relación sincera, leal y constructiva, es decir lo que uno piensa a las personas con quienes nos relacionamos, y no lo que ellas quieren escuchar.

La honradez paga buenos dividendos y fortalece la posición de mercado de quien la practica porque le favorece con nuevas y buenas oportunidades de negocio. Los dirigentes deben dar el ejemplo, un buen ejemplo. La ética no se enseña, pero sí hay guías de comportamiento y actitudes que parten del ejemplo de quienes tienen la responsabilidad de dirigir. Si los modelos son malos, cada uno hará de su capa un sayo… La ejemplaridad no es una mera línea de actuación, sino que es una condición necesaria para aplicar cualquier otra. La ejemplaridad es lo que otorga autoridad al líder, siendo, a su vez, la que genera la fuerza del liderazgo. Cuanto mayor sea la autoridad del líder, mayor será su calidad como directivo. La ética no se proclama, se practica. Muchas empresas no tienen reglas escritas. La ética se transmite con buenos ejemplos y buenas prácticas. Colaboradores compensados con justicia. Políticas que faciliten su desarrollo. Buena comunicación: institucionalizar momentos para que tu gente pueda decir -sin miedo a represalias- lo que piensa, se sienta escuchada. Garantizar a los clientes que los productos y servicios no atentan contra su salud y seguridad. Cuidar la calidad. Cobrar precios justos. Evitar el abuso de poder al tratar con empresas proveedoras con menor capacidad de negociación. No aceptar regalos de clientes y proveedores. No recurrir a la compra de voluntades de las autoridades a través de pagos, comisiones o regalos. Cuidar el impacto ecológico de la actividad de la empresa. Etc. etc. y etc. La ética no sólo afecta a lo económico. Sería un reduccionismo. La ética exige reconocer los derechos que todas las personas tenemos por el hecho de ser personas. Son los derechos humanos. 

La ética como una ventaja competitiva a considerar. Existe un amplio consenso al afirmar que las crisis se han producido por una combinación de desenfoques y errores técnicos, y de faltas éticas. Una crisis es siempre una ocasión de revisión y mejora que no puede ser desaprovechada. En este sentido hay que tener en cuenta un peligro, nacido de la inercia, del miedo al cambio y de los intereses particulares en juego: tratar de volver cuanto antes a la situación anterior, como si nada hubiera pasado. Este riesgo está mucho más extendido de lo que pensamos y puede limitar en gran medida la oportunidad de mejora. Nuestro mundo, en el que todas las personas buscamos vivir con dignidad y paz, está sometido a mecanismos que generan desigualdades graves entre personas, regiones y países; a una lucha constante por mantener ventajas competitivas frente a otros; al afán de poder económico y político; a una cultura de “suma cero”, en la que no todos salen ganando, sino que unos ganan a cuenta de lo que otros pierden. Más allá de que se puedan -y deban- aplicar medidas técnicas y políticas, la superación de los obstáculos mayores se obtendrá gracias a decisiones esencialmente éticas. En fin, esto, lejos de constituir una visión amarga de la realidad, es un principio básico para construir una mejor sociedad, sobre la base de la solidaridad, del respeto a las personas. Las personas primero, siempre.

Publicado en "Diario de León" el lunes 12 de noviembre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/dar-buen-ejemplo_1291641.html

sábado, 3 de noviembre de 2018

El mejor momento.

Una vida sin amor es una vida comparativa, es una vida en la que fácilmente se viene a juzgar o a envidiar. No es ésa la vida del amor. La vida del amor no es una vida comparativa; vivir el amor es participar; la vida del amor es abrirse a una actitud de admiración por los demás; no de desdén ni de desprecio, ni de envidia. Recuperar al hombre: un reto que viene estimulado por las consecuencias inhumanas de la insolidaridad, de la violencia, de la destrucción de la naturaleza, de los excesos de la ciencia y de la tecnología y de los muchos agobios que genera la barbarie. La sociedad es humana por estar compuesta de hombres de carne y hueso, singulares e íntimos.

Hay quienes han perdido el hábito de dirigir su vida. Y esto, me parece a mí, es causa de un terrible desgaste para el hombre. Porque el hombre vive, incluso en las situaciones en las que parece estar más divertido, preguntándose siempre sobre sí mismo. Es una pregunta las más de las veces inconsciente, pero roedora, que nos va desgastando. No tenemos idea clara de cuál es nuestro verdadero rostro, y por eso en ocasiones nuestro vivir es un vivir como desconcertado; tenemos la impresión de estar viviendo una rara comedia, y de no estar situados en el lugar en el que sospechamos que nuestra vida sería una vida pacífica y creadora. Pero, insisto en ello, por mucha que sea la preocupación, la vida sigue, se busca el quehacer, la diversión, el placer, la emoción de cada hora. La vida personal ocupa el primer plano, se afana uno con la propia intimidad, con las personas queridas, con los proyectos -aunque sea vea con claridad que no son seguros, que están amenazados más de lo usual en todos los momentos de la vida-. Se es feliz o infeliz a pesar de todo. Estas palabras son decisivas, y rarísima vez se tienen en cuenta.

Cada día tiene su afán, suele decirse. Gran verdad. Cuando se dice que la vida es cotidiana, se suele pensar en su monotonía, pero se olvida la otra cara de la cuestión: que se vive día-tras-día; cada día es único, con su mínimo programa, su desenlace, su balance vital, en que rinde cuentas. La eliminación de esto deshace la verdadera estructura del vivir, lo deja amorfo, y es la vía por la que penetra el tedio. Porque, efectivamente, el vivir va creando una serie de circunstancias y necesidades que hacen que vayamos perdiendo la iniciativa y, con la iniciativa, la libertad va disminuyendo poco a poco nuestra admirable capacidad de hombres que se sienten responsables de las cosas. La vida no consiste solo en lo que se hace, sino también en lo que no se hace; que los proyectos frustrados, interrumpidos o abandonados forman igualmente parte de la trama de la vida.

No bastan nueve meses, sino ochenta años para hacer un hombre; ochenta años de sacrificios, de voluntad, de tantas cosas. Y cuando este hombre está hecho, cuando ya no queda nada en él de infancia, ni de adolescencia, cuando en verdad es un hombre, ya no vale sino para morir. El verbo vivir va adquiriendo, desde la primera niñez hasta la muerte, diversas significaciones; es poco probable que lo advirtamos, porque es un proceso lento, porque nuestra atención va primariamente a los hechos, a los acontecimientos, a los cambios de situación. Lo que verdaderamente importa acontece en un tiempo más o menos dilatado, impreciso, y nunca se formula en cuanto noticia. No en el objetivo, sino en el camino que se sigue para conseguirlo, es donde se muestra la radical diferencia no tan sólo de la actitud inicial, sino incluso de la finalidad que en realidad se busca. La verdad es la realidad de las cosas. La libertad es fundamental. La libertad no consiste tanto en poder elegir como en el modo en que elegimos. Elegir sin coacción exterior. El acto más propio de la libertad es amar, el querer de verdad. Hacer las cosas porque-nos-da-la-gana es uno de los mejores motivos para hacerlas. Expresión más propia de la libertad: hacer las cosas porque queremos hacerlas.

Si, efectivamente, deseamos una renovación del mundo, la razón y la experiencia de la vida nos dicen que es preciso que aquella renovación tenga lugar primero en cada individuo, en la vida interior personal. De lo contrario, querer cambiar y renovar al hombre entero cambiando y renovando primero su mundo exterior, sería un cambio superficial, una renovación artificial que podría ser acusada de hipocresía y que no satisfaría al hombre sino por un corto espacio de tiempo. No podemos ser ingenuos, pues de lo contrario caeremos en el mismo error juvenil de no querer aprender del pasado, de no aprovechar la experiencia de nuestros predecesores. Profundizar en las causas de la falta de equilibrio y de unidad de vida que se echan en falta en nuestras vidas. Cuando no sabe de quién es la cita es muy socorrido decir que se trata de un proverbio chino. Dice-un-proverbio-chino: el mejor momento para plantar un árbol fue hace 20 años; el segundo mejor momento es hoy… Lo importante no es interpretar el mundo, sino mejorarlo.


Publicado en "Diario de León" el viernes 2 de diciembre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/mejor-momento_1289066.html

domingo, 21 de octubre de 2018

El menosprecio de lo cualitativo.

El hombre actual se siente terriblemente angustiado e insatisfecho en su panorama de pantallas, múltiples pantallas. Porque estos artilugios, que nacieron engendrados por él para ser sus servidores y, en todo caso sus amigos, se están volviendo -cada vez más- sus enemigos. ¿No os habéis fijado en lo fácil que nos resulta a los hombres de este tiempo no escucharnos? En una reunión, cuando empieza uno a contar cualquier cosa, fracasa pronto porque alguien se centra en su teléfono móvil. Es dificilísimo poder mantener una conversación atenta y tranquila. La conversación como medio de formación: hay mucha gente que no sabe que existe esta opción de mejora personal. Comunicar: hablar, compartir nuestras experiencias, aprender del otro. Los instrumentos de comunicación pueden, sin duda, ayudar mucho a la unidad de los hombres; sin embargo, el error y la falta de buena voluntad pueden producir el efecto contrario: menor entendimiento entre los hombres y mayores disensiones, que engendran innumerables males.

Hoy, gracias al avance de la tecnología, contamos en nuestra sociedad con esos poderosos medios de comunicación que sirven para estructurar una nueva forma de vida. Mientras que durante siglos eran precisos decenios para que se operase un cambio importante en la forma de pensar y de actuar de los hombres, en nuestro tiempo apenas son precisos unos meses para que se realice una auténtica revolución en el pensamiento: cualquier descubrimiento, cualquier nueva teoría seductora, nos son servidas, inmediatamente, a domicilio. Los medios de comunicación social tienen aspectos positivos indudables: son una conquista de la inteligencia humana. Contribuyen a que conozcamos mejor a los demás hombres, afianzan nuestra unión y amistad: nos hacen solidarios en las alegrías y en las penas. Reducen, en definitiva, las distancias de nuestro planeta. Los medios de comunicación facilitan el diálogo entre los hombres y facilitan la comprensión de sus puntos de vista y de sus problemas; por otra parte, facilitan el levantamiento de las barreras que se oponen a esa comprensión: el localismo, la intransigencia, el aislamiento, etc. 

Por último, son un magnífico instrumento de promoción del hombre, de su cultura, de su desarrollo integral, dado que permiten una amplia difusión a todos los ambientes. Precisamente por esto, por su amplia y profunda penetración en todos los ambientes, su repercusión es digna de tenerse en cuenta. Para destacar esta relevancia en la sociedad actual, basta destacar el hecho de que, algunos grupos, especialmente muchos jóvenes, encuentran en los medios de comunicación su única fuente de formación y de educación. La gran desgracia de muchos jóvenes de hoy es que -faltos de una enseñanza digna de este nombre- no se saben expresar. No son sordos, sino mudos, incapaces de aprehender, con la ayuda de un vocabulario preciso y variado, de una sintaxis clara y segura, los matices de pensamiento y de sentimiento que, por consiguiente, se les escapan… Ésta es una de las tragedias de nuestra época. 

La juventud no suele ser conservadora. Ni puede ni tiene por qué serlo, entre otras razones porque -en la mayoría de los casos- todavía no ha tenido oportunidad de hacer nada que merezca la pena ser conservado. El joven de nuestro tiempo es el más acosado de la historia por los datos, las opiniones y juicios de valor puestos en circulación. La libertad no consiste en hacer cuanto a cada uno le apetezca, pues la libertad, en tal caso, se identificaría con la ley del más fuerte, que impondría sus antojos a los más débiles. El error consiste en suponer que la libertad está en la facultad de escoger, cuando no está sino en la facultad de querer, la cual supone la facultad de entender. La reintegración de los valores espirituales en su lugar es, en efecto, el problema crítico de nuestro tiempo. Mientras -cada uno- no resuelva este asunto no podrá explicarse el porqué de la amargura, de la soledad y del vacío que se encuentra en un mundo frecuentemente egocentrista y subjetivo. 

No voy, pues, a rechazar el viejo espíritu porque sea viejo; ni puedo adorar las nuevas prácticas, las costumbres modernas, sólo porque estén de moda. En toda sociedad hay problemas básicos, cuestiones radicales, que cabe orientar en un sentido o en otro, y de cuya orientación depende que el futuro inmediato tenga un cariz u otro, un horizonte despejado o una faz torva, un camino real o una vereda llena de zarzales, propicia a todas las emboscadas y a todas las sorpresas. Las formas pueden ser mucho más que unos formalismos vacíos e inútiles, que un estorbo que no merece la pena respetar y que es mejor arrojarlo por la borda. Las formas son, en muchas ocasiones, a manera de recipientes que encierran muy ricas realidades. En el plano personal, la educación supone el desarrollo armónico de las cualidades físicas, morales e intelectuales, que lleva al hombre a adquirir gradualmente un pleno sentido de su responsabilidad. El desprecio de las formas revela a menudo falta de finura espiritual e incluso virtudes cívicas muy respetables, como la urbanidad y la corrección, sin las cuales resulta ingrata la convivencia humana. El menosprecio de lo cualitativo.


Publicado en "Diario de León" el sábado 20 de octubre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/menosprecio-cualitativo_1285719.html

jueves, 11 de octubre de 2018

Hablar mucho, decir poco.

Buenos-días-Raúl-por-favor-un-café. Mientras tanto miro a la televisión y veo a un charlatán de nuestro tiempo con aspiración de prócer. Le pregunto al paisano de al lado ¿qué ha dicho?: “hablar mucho, decir poco”. Me hizo pensar. Prisa y superficialidad son caracteres visibles de nuestro tiempo. Una realidad con la que hay que aprender a convivir. Pertenece al estilo de las generaciones actuales vivir con prisa y sin profundidad. Quizá no corramos el peligro de convertirnos en esclavos, pero corremos el peligro de convertirnos en autómatas. Se busca la velocidad porque se tiene prisa. Hay dos modos de tener prisa: uno consiste en tener prisa por acabar o lograr alguna cosa, otro en tener prisa porque sí. La prisa en este segundo caso consiste en vivir la vida con ritmo acelerado. No se busca nada, sino que se huye de algo. Con frecuencia se huye del instante presente que no gusta, que no satisface porque se siente hueco, vacío. Una conciencia herida cuando no tiene presentes los deberes. También una conciencia triste, desalentada, porque están presentes los deberes como metas imposibles. Esto es también una forma de dolor. Hay estrés en una vida sin deberes que nos lleva a la inercia o a la vacuidad. Y hay estrés en una vida en la que los deberes están presentes, pero se tiene la impresión de que uno es incapaz de vivirlos.

La ansiedad y la agitación interior -el estrés- como un peligro que nos acecha y como una de las formas de nuestra debilidad. Una intimidad desasosegada, agitada o ansiosa es indicio de un estado íntimo de escasa fortaleza. Me refiero no a la fatiga que puede resultar proporcionada al trabajo, sino a ese otro agobio, a esa otra fatiga y a ese otro cansancio -estrés- que padecemos y que no tiene relación con nuestro esfuerzo, sino que tiene alguna otra causa diferente. A veces creemos que la fortaleza es energía del carácter o del temperamento, una cierta vehemencia combativa. No, un hombre sereno no es un hombre apático o un hombre sin convicciones. Muchas veces reconocemos la presencia sorprendente de un agobio y una fatiga de extraño origen, porque no corresponde ni a los días de máximo trabajo ni, a primera vista, a los de máxima preocupación. Sería interesante que pudiéramos saber la razón de que sintamos estos sorprendentes desfallecimientos. Sorprendentes por la desproporción que pudiera haber, o falta de la relación incluso, entre la causa y el efecto. Nos sentimos, pues, solos. Esto significa un acentuado y permanente desgaste. Muchas veces nos pasa que unos días de descanso o cambio de actividad no remedian el desgaste del vivir humano. Quizá nos convendría pensar si el vivir apresurado, sin serenidad, el estar dominados por el nerviosismo, la dolorosa impresión de que la vida está transcurriendo sin que nosotros tengamos las riendas, como si fuésemos sacudidos por circunstancias desbocadas, puede quizá tener relación con que a nuestra vida le falte verdadero fundamento.

Todo el mundo dice cosas parecidas, esto no es ninguna novedad. Todo el mundo está bastante de acuerdo en que estamos viviendo una existencia impersonal, en que, al hombre, cada vez más, le resulta difícil tomar decisiones que puedan comprometer su existencia o signifique, por lo menos, un enriquecimiento personal en su vida. Porque ese difuso desorden que nos rodea termina haciendo que se embote en nosotros la sensibilidad para lo humano, la sensibilidad para la justicia. Como dice mi amigo Mariano, las grandes verdades están unidas al acontecer pequeño. A veces, se está tan absorbido por el trabajo que se descuida una actividad fundamental en nuestras vidas: escuchar y aprender de las personas con quienes convivimos. Hablar, relajadamente, sin un tema fijo, perder-el-tiempo en conversar es enriquecedor y abre nuevos horizontes. Dedicar tiempo a construir relaciones, especialmente, con nuestra pareja, con nuestros hijos y con nuestros amigos: las personas no abrimos nuestra intimidad a quienes tienen puesta su cabeza en la acción o en el paso siguiente. Las relaciones superficiales no permiten sino amistades superficiales, relaciones de ocasión, amores superficiales. 

La relación entrañable parte ya en las mismas entrañas. Y jamás es tarde para intentarla, para poner los medios. También en el trabajo. Las organizaciones son casi unánimes al afirmar que su principal capital son las personas que forman parte de ellas, si bien encuentran serias dificultades para llevarlo a la práctica. Muy pocas organizaciones logran motivar de modo sostenido a sus empleados, integrarlos en los procesos continuos de mejora y decisión, y liberar sus capacidades creativas. Trabajar en equipo es imprescindible para aprovechar los conocimientos y habilidades de todos los colaboradores. 

Sin orden es imposible ser feliz. Sin responsabilidad, privada y pública, no puede existir lo que llamamos civilización. Creo en la esperanza humana de un mundo mejor: en la fuerza creadora de la libertad. Vivimos en un tiempo de redescubrimiento y actualización de verdades. Afortunadamente el hombre no es como un río, que no puede volverse atrás. De ahí la importancia de educar en libertad, enseñando a cada uno a llevar el timón de su vida en la dirección correcta: hacia la felicidad de una vida plena, con la actitud necesaria para orientar su vida al servicio de los demás.

Publicado en "Diario de León" el jueves 11 de octubre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/hablar-mucho-decir-poco_1283536.html

miércoles, 5 de septiembre de 2018

Exiliados en casa.

Chicos, adolescentes, que se marginan en sus habitaciones donde ven televisión, escuchan música, pasan horas con los videojuegos y navegando en la red. Encierro alarmante. Su música favorita suele ser sórdida, oscura y desesperada. No me canso de insistir en que debemos de traducir las letras de las canciones que escuchan nuestros hijos. Y comentar con ellos los ejemplos de vida que nos ofrecen sus protagonistas. Sin dramatizar, pero este aislamiento llevado a un extremo puede ser grave.

Pensando en estos casos recordé que, a comienzos de este siglo, se empezó a oír hablar de los “hikikomori” (palabra japonesa que se puede traducir como retraimiento), chicos que no salían de sus habitaciones incluso por años. En Japón si se puede dejar de ir al colegio, no existe la escolarización obligatoria tal y como la conocemos en España. Aislados, sin vida social. Interrumpían su aislamiento sólo para comer, para comprar en horarios de primera o última hora o en tiendas nocturnas, donde las probabilidades de encontrarse con gente conocida disminuyen. Algunos incluso comían en sus propias habitaciones. Restos de comida de varios días junto a sus artefactos. Viendo series completas de forma ininterrumpida, capítulo tras capítulo, o concursos de televisión. Como una especie de rebelión silenciosa. Dicen que, en algunos casos, surgió como respuesta a frustraciones mal llevadas por fracasos educativos, o por no tener amigos. O víctimas de agresiones silenciosas de compañeros.

Para dar respuesta a estas situaciones siempre es determinante la actitud de los padres, si toleran o no una vida familiar así. Cosas de adolescentes, ya se le pasará, presionarle podría ser peor. Mi-hijo-me-ha-salido-así. Los hijos se forman. Tu hijo no es agresivo o caprichoso porque ha salido así… Tendrá un carácter concreto pero el carácter se educa y tu responsabilidad como padre es educarle. En este proceso es fundamental definir unas normas de comportamiento durante los primeros años de vida. No se pega, no se miente, no se contesta con malos modos, no se interrumpe a los mayores cuando están hablando. Si no las cumple, debe experimentar sanciones razonables. No te creas que te va a querer más si le consientes todo. No tengas miedo a ponerle una cara seria y decirle que no, tajantemente, ante una falta de educación o un capricho. En la medida que le exijas, te querrá más. Y acuérdate después de decirle que le quieres mucho, con un abrazo.

Es-que-tú-no-sabes-cómo-se-pone. Por más que le digo “no”, sigue con sus rabietas y enfados… No te preocupes, la maduración requiere tiempo. Pero no cedas. Si le has dicho que hoy no ve televisión, no cedas. No le va a pasar nada malo, al contrario, le estás ayudando madurar, a aceptar el no. “Te dejo, pero te callas”: la próxima vez gritará más y peor…Ceder a sus caprichos con tal de que se calle, dejarle ver un programa de televisión con tal de que se calle, no es el camino para educar bien a tu hijo. Es que estoy muy cansado y lo único que quiero es que se calle y nos deje en paz… Comprensible, pero piensa en su bien.

Son niños consentidos –digámoslo claro, son niños maleducados-, sin normas, sin límites, que imponen sus deseos ante unos padres que no saben –o no les interesa porque quieren vivir tranquilos- decir no. Su dureza crece si no se le pone límites. Eluden responsabilidades. Echan la culpa a los demás de las consecuencias de sus actos. Niños agresivos que quieren imponer su idea o su deseo por la fuerza. Niños que no viven hábitos básicos de alimentación, sueño, descanso, orden…Se ve lo que él quiere en la televisión, se entra y se sale si así a él le interesa, se come a gusto de sus apetencias. Cualquier cambio que implique su pérdida de poder conlleva tensiones en la vida familiar. Son una bomba de tiempo.

Una sociedad permisiva que educa a los niños en sus derechos, pero no en sus deberes. Nadie quiere hacerse cargo de esta situación. Los padres les echan la culpa a los profesores, los profesores a los padres… ¿Soluciones? Desde pequeños hay que enseñarles a vivir en sociedad. Es esencial formar en la empatía, ponerse en el lugar de los otros. Educarles en sus derechos, pero también en sus deberes. Siendo tolerantes, pero marcando reglas, ejerciendo control y diciendo no cuando sea necesario. Paciencia, paciencia, paciencia. Utilizando el razonamiento, explicando las consecuencias que la propia conducta tendrá para los demás. Acrecentando su capacidad de diferir las gratificaciones, de tolerar frustraciones, de controlar los impulsos, de relacionarse con los otros.

Si a vuestro niño le consentís caprichos, contestaciones, malos modos, imposiciones, porque estáis cansados, porque no le dais demasiada importancia, porque-tampoco-es-para-tanto, es todavía pequeño, ya-habrá-tiempo o porque tenéis miedo a que se traumatice si le corregís seriamente: estáis equivocados. Alguien os lo tenía que decir. Con respeto y con cariño, pero también con claridad: estáis equivocados… Con esta actitud le estáis ayudando a ser un adolescente agresivo y maltratador. En definitiva, se convertirá en un hijo desafiante que terminará imponiendo su propia ley, y lo que es peor, no será feliz.


Publicado en "Diario de León" el martes 5 de septiembre del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/exiliados-casa_1274246.html

jueves, 23 de agosto de 2018

Construir un hogar.

Por enésima vez he vuelto a encontrarme en las redes sociales con esta sugerente cita: “Todo el mundo habla sobre cómo dejar un mejor planeta para nuestros hijos, pero deberíamos intentar dejar mejores hijos a nuestro planeta”. Muchos padres se conforman con proporcionar a sus hijos un colegio donde educarse y con pasarles sus experiencias personales, pero no se toman el tiempo necesario para comprenderles y amarlos. Hace falta algo más para crear un ambiente familiar, para convertir una casa en un hogar. El ajetreo de la vida moderna, la progresiva despreocupación del hombre por los problemas e inquietudes de las personas que le rodean, las prisas; el carácter, en ocasiones agobiante, del trabajo, etc., han hecho que se vaya perdiendo en nuestra sociedad la imagen de una verdadera familia: se desconoce, a gran escala, el sentido y el valor de la vida de familia, el calor de un hogar alegre donde padres e hijos conviven -formando una auténtica comunidad nacida del amor- y se ayudan mutuamente en sus necesidades. 

¿Dónde está la causa de este adormecimiento y desconcierto? Muchos adultos, llevados de su falta de rigor y de valentía para enfrentarse de cara a los problemas, adoptan la cómoda respuesta a este interrogante achacando la culpa de todos los males de nuestra sociedad al ambiente que se respira en la sociedad misma o a la actitud displicente de los jóvenes (sus hijos). Sin embargo, hemos de profundizar algo más: cada persona se comporta en consonancia a la formación que ha recibido, a la educación que le han legado sus padres. Si nos enfrentamos con crisis mundiales, es probable, más que probable, que esas crisis sean en el fondo crisis de educación, de formación. El hombre de hoy precisa de reflexión para darse cuenta de las limitaciones personales.

Acusar a la sociedad en general, por otro lado, resulta un tanto cómodo. Aun cuando la psicología y la sociología actuales han contribuido grandemente a la toma de conciencia de la importancia que el ambiente tiene respecto al comportamiento humano, no podemos dejarnos llevar por esa corriente popular que -cómodamente, sin querer enfrentarse a su personal responsabilidad- vuelca toda la culpa de la crisis actual sobre la sociedad. La conducta del hombre puede ser explicada, pero no justificada, en términos psicológicos o sociológicos. No podemos tirar por la ventana nuestra responsabilidad personal echando la culpa a las debilidades y flaquezas de los hombres o tratar de sustituirla por la responsabilidad de la sociedad entera que no ayuda con sus condicionamientos a la formación de la juventud. Si anulamos la responsabilidad estamos negando nuestra libertad. La responsabilidad es una consecuencia de nuestra libertad.

La familia, originada y alimentada por el amor, es la esencial e insustituible comunidad educativa. El matrimonio no es un contrato de servicios sexuales. Suena un poco burdo, grosero. Unidad de vida y amor. Los fines del matrimonio: el bien de los esposos y, si los hubiera, la educación de los hijos. Caminando ayudada por el amor, toda persona es capaz de superar el egocentrismo y de abrirse a otras, hasta llegar a comprender y disculpar los defectos y a valorar las virtudes de la persona que ama, colocándose en posición óptima para poder ayudarle a superar aquéllos y a acrecentar éstas. Sobre todo, en la familia, educación es mucho más que enseñanza. Como dice mi amigo Mariano, los padres educan fundamentalmente con su conducta. Lo que los hijos y las hijas buscan en su padre y en su madre no son sólo unos conocimientos más amplios que los suyos o unos consejos más o menos acertados, sino algo de mayor categoría: un testimonio del valor y del sentido de la vida encarnado en una existencia concreta, conformado en las diversas circunstancias y situaciones que se suceden a lo largo de los años. El valor del ejemplo de los padres es inmenso: los hijos aprenden a través del buen ejemplo de sus padres en una proporción infinitamente mayor que en lo que reciben de ellos a través de la palabra. Los padres deben dar a sus hijos el ejemplo de un amor continuado. El amor siempre puede recuperarse, siempre puede reanimarse. El amor puede incluso resucitar. Son verdades que amplían el horizonte de la vida. Hacer y enseñar: dar ejemplo de vida a los hijos y empujarlos hacia el ejercicio responsable de la libertad.

Porque la causa primaria de muchos problemas psicológicos y de disturbios sociales que estamos padeciendo todos es la falta de formación del individuo, debida en gran parte a la falta de un hogar, de una auténtica vida de familia. Tenemos que ser sinceros y realistas con algunas situaciones que se dan en determinadas familias. debemos despojarnos de prejuicios sentimentales y reconocer que, en ocasiones, algunos hijos tienen que ser heroicos para vivir en su casa, donde no hay ni el cariño ni el calor propio de un hogar, donde sus padres no tienen tiempo para preocuparse de sus problemas. En lugar de quejarnos constante e inútilmente sobre nuestra sociedad en general, deberíamos, más bien, preguntarnos qué estamos haciendo nosotros por mejorarla. Tenemos que preguntarnos si nuestra casa se parece más a un hotel que a un hogar. Y, si así fuera, rectificar.

Publicado en "Diario de León" el miércoles 22 de agosto del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/construir-hogar_1271569.html

lunes, 13 de agosto de 2018

Hora punta...

El intenso calor de estos días ha hecho que se bata el récord de consumo del año en agua y electricidad. Leyendo una noticia sobre este asunto me ha sorprendido conocer que el pico de consumo, concretamente en agua, se está produciendo sobre las cuatro de la madrugada… Como que no tenía esa percepción. No sé, quizás, si me hubieran preguntado, hubiera dicho que, durante la mañana, por ser la hora de plena actividad de familias y empresas, o al caer la tarde cuando mucha gente se ducha para refrescarse… Pero nunca hubiera pensado que a las cuatro de la madrugada. Dicen que, a esta hora, en verano, se registra el pico de consumo, sobre todo, por los sistemas de riego en jardines y la limpieza de las calles.

Hablando de “horas punta” me acordé de que cuando comenzó a extenderse el uso de las redes sociales entre los jóvenes, asistí a una conferencia donde nos preguntaban a los padres con hijos adolescentes sobre cuál era la hora en la que nosotros pensábamos que internet estaba en su máximo pico de consumo… Unos dijeron que las 13’00 horas en plena actividad empresarial, o quizá sobre las 22’00 horas cuando muchas personas, al final del día, revisan sus mensajes… No, nos decía el conferenciante: la red está colapsada, de lunes a viernes, sobre las dos de la madrugada… No me lo podía creer. Jamás lo hubiera pensado. ¡Pero si a esa hora se supone que la mayoría de la gente, y más en invierno, estamos durmiendo…! Pues-parece-que-no. Y quizá por ello, el conferenciante, previendo nuestra posible incredulidad, nos proyectó información detallada de consumos, facilitada por las compañías de telecomunicaciones. Las dos de la madrugada…

Durante mucho tiempo después he estado pensando sobre este asunto. Ahora me explico muchas cosas. Por qué a algunos adolescentes les cuesta tanto madrugar, por qué comentan los profesores que es cada vez más común que muchos jóvenes se queden dormidos en clase, por qué duermen siesta… Claro, cómo no, si están hasta las tantas y una conectados a internet bien sea en las redes sociales o viendo lo que vean, cómo van a estar suficientemente descansados para enfrentar un nuevo día. Definitivamente somos padres, formados en el siglo pasado, quienes tenemos la responsabilidad de educar a nuestros hijos que son… de otro siglo. Y claro a uno le decían a-las- diez-en-casa y, una vez dentro, los riesgos quedaban reducidos a la mínima expresión. Pero ahora, es como si –mágicamente- se hubiera modificado la estructura de nuestro edificio y se hubiera abierto una ventana al mundo, con todo lo bueno y lo malo que tiene ese acceso.

El problema no es la “ventana”, sino que muchos padres todavía no tienen plena conciencia de su existencia. “Fulanita tiene muy buenos hábitos, nada más cenar se va a su habitación…Yo le insisto, pero fulanita, hija, relájate, quédate con nosotros a ver la televisión, pero nada, ella siempre se va a su cuarto…”. Un primor de chica… Y a lo mejor lo es, le doy el beneficio de la duda, pero quizá, cada noche, se va puntualmente a su cuarto porque desde allí, se comunica con el mundo sin más límites que los que ella se imponga, a través de esa ventana virtual que han abierto en nuestras casas.

En fin, que hay que estar al día, bien informado, con los ojos y los oídos bien abiertos, con datos y no con percepciones (es-que-yo-creía, es-que-yo-pensaba…); que no importa lo que tu creas sino lo que es. Y hay datos de sobra y numerosas fuentes disponibles para obtenerlos. Después de meses dándole vueltas a lo del pico de consumo a las dos de la madrugada y su impacto en el descanso de mis hijos, y qué hacer para ayudarles a descansar y que así puedan aprovechar mejor sus días, llegué a la conclusión que la mejor manera de facilitar todo esto es durmiendo con el modem…; que sí, tal cual; que cuando me voy a la cama desconecto el modem y lo guardo en uno de los cajones de mi mesita noche, hasta el nuevo día. Y así, como decía la señora Eustasia, “muerto el perro, se acabó la rabia”.


Publicado el domingo, 12 de agosto, en "Diario de León": http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/hora-punta_1269566.html

sábado, 28 de julio de 2018

A cualquier parte...

La juventud, hoy exactamente igual que ayer, es la edad de los ideales, la edad en la que nos planteamos las metas a alcanzar en la vida. Es evidente que muchos jóvenes están derrochando sus vidas, están dilapidando sus energías por ignorancia, por no saber “para qué” y “cómo” usarlas. Se encuentran como-en-un-laberinto, donde les es imposible alcanzar la salida hacia la felicidad, nuestro último fin. Uno de los peligros es su falta de madurez que, en ocasiones, les lleva a sacar conclusiones generales de un caso particular, y no por malicia, sino por falta de reflexión y serenidad. En otras ocasiones sólo se fijan en si los resultados les son o no favorables, sin prestar atención a las causas ni a los motivos. Otras veces, cuando hacen duros ataques a la actitud o decisión de una persona mayor, se ve que les falta conocimiento de causa y experiencia de la vida para comprenderla. Les cuesta ponerse en el lugar de aquella persona mayor, porque muchas veces se amparan, para proteger así sus intereses, bajo la mampara de su juventud: para no complicarse la vida, para que les dejen vivir a-su-aire.

Sin embargo, muchas veces la culpa de su intransigencia es de los mayores, que hemos consentido sus caprichos; que no les hemos inculcado un espíritu de libertad responsable y laboriosidad desde su infancia; que les hemos dado las cosas hechas en lugar de ayudarles a que las hiciesen ellos mismos y supiesen así lo que cuesta conseguirlas. Estamos experimentando, a escala mundial, las funestas consecuencias de haber declinado la libertad individual. Hace tiempo que hemos empezado a sufrir los resultados de haber transigido en principios vitales como son los derechos de los padres en la formación de nuestros hijos. En los primeros años de la adolescencia es donde tiene lugar una lucha más consciente por la formación de la propia personalidad. Los adolescentes empiezan a visualizar y a experimentar las consecuencias de la libertad personal: son los años en que buscan apasionadamente su propia autonomía y aprenden a independizarse, a seguir su propia conciencia personal. Los adolescentes son eso, adolescentes: personas que están en un periodo de formación de la personalidad, y aunque no están exentos de su responsabilidad personal, es evidente que necesitan nuestra especial ayuda durante esos años. Ahí es donde entra en juego la responsabilidad de los padres respecto a la educación de sus hijos. A veces, los padres, llevados por una-bienintencionada-super-protección proporcionan a sus hijos todos los medios materiales a su alcance, todas las comodidades que pudieran poner en sus manos; pero, en cantidad de ocasiones, se han quedado ahí, sin darles opción a formar sus propios criterios sobre las cosas; a luchar por conseguir lo que deseaban; a aprender a equivocarse en cosas menudas, haciéndoles vivir en un mundo absolutamente irreal en el que es imposible que se encuentren consigo mismos y que maduren responsablemente su personalidad.

La clave suele estar en la confianza: que los padres sepan educar en un clima de familiaridad, que no den jamás la impresión de que desconfían, que den libertad y que enseñen a administrarla con responsabilidad personal. Es preferible que se dejen engañar alguna vez; la confianza que se pone en los hijos hace que ellos mismos se avergüencen de haber abusado, y se corrijan; en cambio, si no tienen libertad, si ven que no se confían en ellos, se sentirán movidos a engañar siempre. Se dan muchos casos de adolescentes que tienen que buscar a alguien fuera de la familia en quien poder confiar sus problemas. Precisamente, porque no se fían de sus padres, tienen que confiar sus “secretos” -que muchas veces se han vuelto secretos por culpa de los padres- a sus amigos. Amigos que tienen los mismos o peores problemas sin estar capacitados para resolverlos. Muchas veces, los adolescentes, llevados de su radicalismo juvenil, se muestran bastante duros al señalar los defectos y flaquezas de los demás y, no obstante, transigen fácilmente con los suyos propios. El defecto que con mayor frecuencia tienen es la falta de responsabilidad, que los lleva a hacer, por comodidad o pereza, dejaciones graves de sus obligaciones. Otro error adolescente: querer empezar todo desde cero, despreciando lo que de bueno, verdadero y justo han hecho sus predecesores. El hombre se enriquece cuando confía en los demás y sabe aprovechar el conocimiento y la experiencia de sus mayores y antepasados, cuando aprende a escuchar a los demás, a dialogar. No podemos ir contra lo viejo sólo por serlo, y tampoco alabar lo nuevo sólo por su novedad.

La juventud -que ha sido siempre el símbolo de la alegría y de la esperanza- parece que, en los momentos presentes, está triste y lánguida porque no encuentra horizontes donde poder explayar sus ímpetus y ansias juveniles. Como aquel muchacho que estaba haciendo autostop y cuando le preguntaron que hacia dónde iba dijo que “a cualquier parte” …  Una de las tareas más urgentes a llevar a cabo entre la juventud es fortalecer su formación con buenos principios y valores, para que no se deje arrastrar fácilmente por perniciosas tendencias. Y, sobre todo, es responsabilidad de los padres -intentar- evitar, con amor inteligente, esos posibles conflictos.

Publicado en "Diario de León" el viernes 28 de julio del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/cualquier-parte_1266092.html

martes, 26 de junio de 2018

Una veleta por cabeza.

Mi amigo Víctor Díaz Golpe es un personaje singular: científico, empresario, economista, escritor (recomiendo leer su libro “El camino hacia el sol. Economía, energía, medio ambiente y sociedad” que pretende ser un punto intermedio de encuentro entre lo técnico y lo divulgativo, haciendo hincapié en la relación existente entre la economía, el consumo de energía y el medio ambiente, así como las repercusiones de estos tres factores sobre la sociedad y la calidad de vida de la población). Hace poco se quejaba en uno de sus escritos que, viendo lo que hay, muchos de nuestros conciudadanos parecen tener una-veleta-por-cabeza. Me hizo gracia la expresión; y, también, me ha hecho pensar: sobre la importancia de tener bien “amueblada” la cabeza.

La desorientación de la opinión pública. Una preocupante realidad. Hasta hace muy poco tiempo no existían los formidables medios de comunicación con que ahora contamos. De vez en cuando leemos o escuchamos comentarios procedentes de personalidades evidentemente excepcionales, que nos sorprenden por su ingenuidad, ligereza y falta de profundidad. Una de las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira. La ley, en democracia, garantiza a los ciudadanos la libertad de expresión; no les garantiza ni la infabilidad, ni el talento, ni la competencia, ni la probidad, ni la inteligencia, ni la comprobación de los hechos. Un medio de comunicación independiente no significa, necesariamente, objetivo o veraz. Tampoco la independencia garantiza la honradez, ni la competencia profesional de sus redactores. El hombre de nuestro tiempo es el más acosado de la historia por los datos, las opiniones y juicios de valor puestos en circulación.

No hay mayor fuente de conflicto que el mal uso de la lengua. Probablemente no sea tan malo golpear a alguien o privarle de todos sus bienes como mermar la buena opinión que se tenga de él, porque es propio de la naturaleza del hombre aferrarse a su honor con más tenacidad que a cualquier otro bien natural. Las discusiones causan buena parte de la infelicidad, especialmente, en las familias. La situación se complica cuando aumentamos el volumen de nuestra voz en vez de esforzarnos por mejorar nuestros argumentos. Hablar es gratis, pero, como habitualmente sucede con lo que no nos cuesta, al final, puede salirnos caro. En inglés la expresión “to hold one’s peace”, conservar la paz, significa guardar silencio. Tenemos una boca y dos oídos, lo que indica una proporción de dos a uno, que debiera valer también para el hablar y el escuchar.

Hay que estudiar, hay que leer, hay que apreciar el pensamiento ajeno. El intelectual es un testigo de las preocupaciones históricas del hombre. Es un testigo que sabe expresarlas. El intelectual es, por esencia, un rebelde. Se rebela contra la condición humana actual y, por tanto, contra los poderes que la engendraron. Ahora empieza, vehemente y revolucionaria, la crítica contra la democracia. Lo importante para el intelectual de los tiempos nuevos, no es interpretar el mundo, sino cambiarlo. La existencia humana es tiempo. Lo cierto es que el intelectual piensa que la condición humana presente debe mejorarse.

La propia naturaleza del hombre destruirá lo que hay de utópico en la llamada “revolución tecnológica”, porque todas las utopías son realizables salvo la de lograr una plena satisfacción del hombre. El hombre es, por sí mismo, insatisfacción. Sin ella no habría historia. Los ideales políticos le están fallando, han perdido eficacia. Quizá haya fórmulas más humanas, más auténticamente humanas. Quizá lo que se nos da ahora como verdades políticas, con pretensiones de universalidad, no sean más que moneda sin valor. Esta supra valoración de lo tecnológico es peligrosa. Es necesario que, a la par que los nuevos conocimientos técnicos, se cultive, en la sociedad contemporánea, lo que de humano hay en el hombre. No es fácil. Sabio es el que sabe sobre el hombre. Los demás saberes, por importantes que sean, pertenecen a un plano distinto. En otros tiempos, el hombre se sentía atraído por el ideal de la belleza o la bondad; hoy sólo le atrae “lo nuevo”. El ser humano necesita para existir del contacto con el mundo, las cosas y los hombres; y no como un contacto cualquiera, sino amoroso. No cabe una ética sin “el otro”.

Recuperar al hombre: un reto que viene estimulado por las consecuencias inhumanas de la insolidaridad, de la violencia, de la destrucción de la naturaleza, de los excesos de la ciencia y de la tecnología y de los muchos agobios que genera la barbarie. Los egoísmos nacionales -caricatura del verdadero patriotismo- son causantes de las guerras y del cruel olvido de tantas personas. Aquí la imagen del mal se disimula con docenas de explicaciones tan incompletas como insensatas. Estoy convencido que sólo unas políticas auténticamente humanas pueden procurarnos una sociedad más digna y más justa. Ya que la imaginación no ha llegado al poder es preciso que el poder tenga imaginación. Creo en la esperanza humana de un mundo mejor.

Mi amigo Víctor es un buen conversador. Cada vez que nos vemos tengo la sensación de haber tenido la suerte de aprender dialogando con una persona interesante. En cierto modo, las personas somos lo que leemos y lo que escuchamos. Lecturas y conversaciones son nuestros principales nutrientes. Por tanto, si leemos buenos libros y procuramos tener buenas conversaciones el resultado será una cabeza bien “amueblada”. Hay otras combinaciones posibles pero la más peligrosa es cuando leemos basura y escuchamos basura, porque el resultado será una cabeza llena de... basura. Con todas las consecuencias que ello tiene en nuestra vida y, también (conviene no olvidarlo), en las vidas de las personas con quienes convivimos. Aprovechar el tiempo y elegir -con criterio- nuestros libros e interlocutores es esencial para una vida lograda.


Publicado en "Diario de León" el lunes 25 de junio del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/veleta-cabeza_1259043.html

lunes, 18 de junio de 2018

La montaña de la vida.

Acabo de visitar en Aguilar de Campoo (Palencia) la exposición “Mons Dei” -traduzco para los que han estudiado secundaria bajo el sistema de la ESO: “La montaña de Dios”- que profundiza en el rico significado de la montaña dentro de la tradición simbólica cristiana. Un magnífico ejemplo de dialogo entre fe y cultura, como suelen ser “Las Edades del Hombre”. Una oportunidad única de disfrutar de una de las mejores muestras de turismo cultural de España, avalada por los más de once millones de personas que han visitado las veintidós ediciones anteriores. Frente a las ocurrencias y “soluciones” del realismo mágico, Aguilar de Campoo es un ejemplo de iniciativas para intentar luchar contra la despoblación que asola nuestra región. Pero eso es harina-de-otro-costal e intentaré -otro día- escribir sobre ello.

Cuántas veces perdemos la vida en pensamientos inútiles, vanos, fugaces, pesimistas. Como cuando se siente dentro del corazón como una especie de lanzada que amarga la existencia, la impresión de ser gente fracasada, por lo que sea, a pesar de que se hayan podido realizar las tareas prolongadas de un trabajo verdaderamente sacrificado; siempre hay en la vida algunas cosas que no marchan según nuestro deseo, y, fácilmente, se tiene la sensación del fracaso. Si digo que no hay que renunciar a la felicidad, que no debemos renunciar a ser felices, es fácil que la gente mayor piense que mis palabras se dirigen a la gente joven. Porque parece que “lo normal” es que esto sea sólo para gente joven. Pero muchas veces, si el que escucha es joven, probablemente piense, desde su inseguridad, desde sus dificultades, que se debe estar hablando a personas mayores, a personas instaladas en la vida y sin incertidumbres…

Los hombres, más que hablar, nos dedicamos a repetir. Frecuentemente, entre nosotros las palabras son puras repeticiones; no nacen de un vivir interior. El hombre actual (“multi pantalla”) ve, lee, oye cosas, tiene cada vez más noticias; pero noticias que no se convierten en vida ni le sirven de estímulo, sino que suelen ser un simple almacenaje en la memoria, para ir repitiendo asuntos. Quizá se pudiera decir que hay muchos tipos de palabras. Palabras que solamente nos aturden, o nos fatigan; palabras que, a lo mejor, no hacen otra cosa que ponernos nerviosos. Pero de vez en cuando, entre la abundancia de estas palabras, encontramos alguna que tiene una característica como curativa. De pronto hay una palabra entre las otras que es como una luz, que es como una claridad, una palabra que, momentáneamente, nos hace levantar la mirada y nos recoge. Suelen ser palabras que transmiten un contenido de verdad o expresan alguna realidad de belleza. Pero aún hay otras palabras que son de mayor importancia que estas últimas. Porque cuando la palabra lleva consigo verdad o belleza es palabra importante, pero, muchas veces, esas palabras no se dijeron pensando en nosotros; son el resultado de un descubrimiento, de una pesquisa noble, de una búsqueda probablemente laboriosa, sincera; pero no tienen el carácter especial que tiene la palabra más constante para el hombre, que es la palabra que, además de expresar verdad y belleza, está dicha para él. Cuando uno es, personalmente, el destinatario de la palabra, la palabra reanima; la palabra alivia; la palabra da, de alguna forma, consuelo y paz cuando es palabra dicha para uno mismo, para la situación fatigada o de cansancio, o de pena o de dolor, o de perplejidad en la que uno se encuentra.

Aprovechar el tiempo es clave. A veces, nuestros sueños, nuestras ilusiones, se quedan sólo en proyectos. Esperamos que se cumplan, pero no nos esforzamos lo suficiente para hacerlos realidad. Como si el simple paso del tiempo nos los fuera a regalar. La vida no funciona así. El tiempo es el recurso más valioso y escaso con el que contamos. Y, en ocasiones, nos comportamos como si ignoráramos esta verdad fundamental. Aprovechar el tiempo es básico. Y se puede aprender, hay experiencia documentada -buenas prácticas- y técnicas probadas. Lograr que nuestros sueños dejen de ser proyectos y se transformen en realidades, pasa por administrar nuestro tiempo con inteligencia y con intensidad. Identifiquemos los famosos "ladrones de tiempo" (los que más nos afecten a nosotros) como reuniones, visitas, interrupciones varias, navegar-por-internet... que nos acechan y que no son tan fáciles de contener. A veces combatirlos resulta complejo y frustrante. Reflexionemos acerca de nosotros mismos y de nuestro trabajo. Cada uno pierde o desaprovecha el tiempo a su propia manera, y sólo depende de nosotros, de nuestro esfuerzo, salir del caos.

Dice mi amigo Fernando que existe el riesgo de que las tecnologías digitales invadan la vida familiar, el trabajo. Hace falta que cada uno se forme personalmente para descubrir, en cada momento, cuál es el uso adecuado, útil, de esas tecnologías. No las podemos despreciar: simplemente, hay que usarlas bien. Internet tiene una potencia impresionante y ofrece posibilidades enormes, para informarnos, para comunicarnos instantáneamente con otros, etcétera. Pero, al mismo tiempo, existe siempre el riesgo de exponernos a contenidos inútiles, que nos hacen perder el tiempo, que nos hacen daño. Por tanto, debemos esforzarnos por desarrollar la capacidad para discernir y usar esos medios exclusivamente cuando los necesitamos. Es importante transmitir este criterio -sobre todo- a los jóvenes y, lo más importante, predicar-con-el-ejemplo: intentar vivirlo.


Publicado en "Diario de León" el domingo 17 de junio del 2018: http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/montana-vida_1257142.html